Arquímedes (287-212 a. C.). Hijo del astrónomo Fidias, se trasladó de Siracusa a Alejandría, donde fue discípulo de Euclides. Entre sus inventos más destacados, dos estarían llamados a participar de forma muy directa en la evolución de este ingenio que es el ascensor: la polea compuesta y el tornillo sin fin.
El tornillo de Arquímedes, también conocido como tornillo sin fin, consiste en un tornillo que gira dentro de un cilindro hueco. Situado sobre un plano inclinado, permite elevar un cuerpo o un fluido que se encuentra por debajo del eje de giro. Este tornillo fue el mecanismo principal por el que se consiguió instalar elevadores en el Coliseo Romano para que animales y gladiadores pudieran acceder a la arena del combate. Al pasar de los años, el tornillo sin fin se convirtió en una pieza muy importante para la aplicación de múltiples usos prácticos en el que hacer humano.
El sistema de poleas compuestas consiste en la obtención de una ventaja mecánica mediante la combinación de diversas poleas y así poder elevar grandes pesos con un bajo esfuerzo. Estos sistemas de poleas son diversos, aunque tienen algo en común, en cualquier caso se agrupan en grupos de poleas fijas y móviles que son el principio de los polipastos.
Aunque quizás el mayor descubrimiento que realizó el matemático griego fueron las leyes de la palanca. Al entender cómo se multiplica la fuerza utilizando una palanca, un plano inclinado y una polea, Arquímedes inició el camino hacia la invención del ascensor.
Arquímedes determinó áreas y volúmenes mediante cálculos muy avanzados, aplicó los métodos de la geometría a la mecánica y sentó las bases de la hidrostática, de la misma manera, fue el primero en idear un elevador que funcionaba con cuerdas y poleas, basados en los dos principios inventados y que fueron incorporados al Coliseo Romano mandado construir por el emperador Tito, en el año 80 de la era cristiana.